lunes, 29 de octubre de 2012

L'Albufera apasionada



Hace unos años descubrí una historia que me sedujo. Al parecer, L'Albufera era territorio sagrado para los romanos. Un espacio donde para ellos habitaban sus dioses. Un espacio místico, un espacio mágico, un espacio palpitante. Muy probablemente me emociona tanto esta idea, porque de alguna manera este paraíso valenciano, siempre ha sido para mí territorio sagrado. Seguramente los dioses romanos, no se parecen mucho a los míos, pero tal vez los romanos y yo, estamos unidos, conectados, a través de los siglos por una misma emoción. Es la emoción que siento hoy cuando tumbado en el pantalán de la gola de Pujol contemplo los colores que dibuja el sol del cielo generoso de L'Albufera en los carrizos, en las quietas aguas del lago, el lago más grande de su Hispania, de mi España; es la emoción que siento cuando observo impresionado en la playa de El Saler el picado afilado de los Fumareles, en busca de pescado fresco o tal vez en alguno de los arrozales de las más de 14.000 ha con las que cuenta L'Albufera para el cultivo de este cereal, desde los que puedes divisar a menudo, la figura pétrea de una Garza real, que súbitamente, como activada por un oculto resorte, dispara su arpón, es decir su largo pico, atravesando algún pez poco precavido que pasaba por allí y que finalmente acabará siendo su cena. Eso sí, tras un volteo acrobático en el que la Garza engulle al desafortunado pez a favor de escama, esto es, degustando primero la cabeza para que no se le atragante el manjar.

O tal vez, los del imperio y yo, sentimos la misma emoción contemplando los legendarios atardeceres de este lago mágico. Y es que estas últimas semanas entre las 18h y pico y las 19h, comienza a apuntarse poco a poco, este espectáculo de final de día en el cielo infinito de L'Albufera, que tímidamente se va cubriendo de esponjosas, algodonosas nubes que conquistan una variada y amplia gama de rojos.
Las altas nubes, que si fueran animales sin duda serían herbívoros por su tranquilo pacer en esta pradera aérea, quedan atrapadas y teñidas en estos épico cierres de jornada.

Quizá nos emocionamos ambos, los romanos y yo, contemplando anodados las migraciones de nuestros compañeros alados. En estas fechas en las que comienzan los primeros fríos, uno puede echarse en tierra en alguna zona de hierba de L'Albufera y hacerse una idea de la importancia ornítica de este Parque Natural. Este curioso amigo de la naturaleza, tendido en tierra, quedará embelesado con las autopistas celestes surcadas por escuadrones de limícolas, anátidas y revoloteadas por grandes manchas inquietas, como las de los Estorninos. Algunas de estas aves estarán iniciando un largo viaje al sur, sembrado de peligros, en busca de alimentos y un mejor clima, en busca de su supervivencia. Otras aves, como los Cormoranes o las Águilas Pescadoras, llegan a L'Albufera con la misma idea, la de pasar la temporada invernal.

Todas estas vivencias y muchas más, como la experiencia vital de uno mismo en L'Albufera, al haber vivido aquí por ejemplo mi primer amor, me llevan a sentirme muy cerca de la emoción de los romanos, que señalaron la divinidad de este mismo lugar. Y es que el magnetismo, la belleza y el poder hechizante de L'Albufera, le atrapan a uno, enamorándolo sin remedio de la naturaleza y la vida en este Planeta.

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